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Todas las especies de pingüinos forman parejas para anidar.
Normalmente ponen entre dos o tres huevos, que son blancos y redondeados, excepto los pingüinos emperador y rey que solo ponen uno. Tanto la hembra como el macho se turnan para incubar los huevos y alimentar a los recién nacidos.
Por ejemplo, los pingüinos emperadores realizan el ritual del cortejo, durante el cual el macho y la hembra se lanzan gritos el uno al otro. Y no es un juego, pues la vida del futuro polluelo depende de ello. ¿Por qué?
Una vez puesto el huevo, la hembra se lo deja al padre para que lo empolle en su bolsa incubadora mientras ella sale al mar a alimentarse. Al cabo de unos sesenta y cinco días regresa tras haber recorrido hasta 150 kilómetros caminando con paso bamboleante o deslizándose sobre el vientre por el hielo.
Ya es sorprendente que encuentre su colonia, pero ¿cómo se las arregla para reconocer a su pareja y al polluelo entre la algarabía de decenas de miles de pingüinos? Durante la parada nupcial, cada uno memoriza tan bien la voz del otro que, tras meses de separación, consiguen localizarse.
La comunicación entre los pingüinos se realiza mediante un ritual de comportamiento complejo, con movimientos de cabeza, de plumas, etc. Las disputas por territorios se aclaran con miradas entre oponentes, indicaciones y golpes con las aletas.
El ritual para el cortejo de la hembra consiste en que el macho infla su pecho con la cabeza estirada hacia atrás, de una manera altiva, a la vez que mueve las alas y el cuello para atraer a la hembra. Esto se produce en medio de sonidos parecidos a los rebuznos.
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